Es la prueba de que la fuerza de la amistad puede hacer tambalear los más sólidos principios. Con ésta historia queda patente que ante la simple sugerencia de una amigo se pueden aparcar las convicciones que parecían inquebrantables, de que se pueden olvidar momentáneamente atávicos escrúpulos en pos de la armonía y las buenas relaciones, de que el calor humano está por encima de principios fríos y racionales. ¡Qué cosas!
Estas bellas historias son las que a servidor le reconcilian con la condición humana, las que le hacen olvidar, por un momento, en las mezquindades y pequeñeces del ser humano.
Repito, ¡qué cosas!. O como dacia el clásico, "cosas veredes"
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